Lecturas recomendadas para toda ocasión

Lecturas recomendadas para toda ocasión

Fragmentos de algunas obras destacadas de la literatura latinoamericana.

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El Aleph

(Fragmento)

de Jorge Luis Borges

Beatriz Viterbo murió en 1929; desde entonces, no dejé pasar un treinta de abril sin volver a su casa. Yo solía llegar a las siete y cuarto y quedarme unos veinticinco minutos; cada año aparecía un poco más tarde y me quedaba un rato más; en 1933, una lluvia torrencial me favoreció: tuvieron que invitarme a comer. No desperdicié, como es natural, ese buen precedente; en 1934, aparecí, ya dadas las ocho, con toda naturalidad me quedé a comer. Así, en aniversarios melancólicos y vanamente eróticos, recibí las graduales confidencias de Carlos Argentino Daneri.

La cena

(Fragmento)

de Alfonso Reyes

Tuve que correr a través de calles desconocidas. El término de mi marcha parecía correr delante de mis pasos y la hora de  la cita palpitaba ya en los relojes públicos. Las calles estaban solas…Yo corría azuzado por un sentimiento supersticioso de la hora. Si las nueve campanadas, me dije, me sorprenden sin tener la mano sobre la aldaba de la puerta,  algo funesto acontecerá.

La vorágine

(Fragmento)

de José Eustasio Rivera

Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia. Nada supe de los deliquios embriagadores, ni de la confidencia sentimental, ni de la zozobra de las miradas cobardes. Más que el enamorado, fui siempre el dominador cuyos labios no conocieron la súplica. Con todo, ambicionaba el don divino del amor ideal, que me encendiera espiritualmente, para que mi alma destellara en mi cuerpo como la llama sobre el leño que la alimenta. Cuando los ojos de Alicia me trajeron la desventura, había renunciado ya a la esperanza de sentir un afecto puro. Seguía el silencio en mi corazón. Alicia fue un amorío fácil: se me entregó sin vacilaciones, esperanzada en el amor que buscaba en mí. Ni siquiera pensó casarse conmigo en aquellos días en que sus parientes fraguaron la conspiración de su matrimonio, patrocinados por el cura y resueltos a someterme por la fuerza. Ella me denunció los planes arteros. Yo moriré sola, decía: mi desgracia se opone a tu porvenir.

 

El Siglo de las Luces

(Fragmento)

 de Alejo Carpentier

Aquí, la Puerta estaba sola, frente a la noche, más arriba del mascarón tutelar, relumbrada por su filo diagonal, con el bastidor de madera que se hacía el marco de un panorama de astros. Las olas acudían, se abrían, para rozar nuestra nave ; se cerraban, tras de nosotros, con tan continuado y acompasado rumor que su permanencia se hacía semejante al silencio que el hombre tiene por silencio cuando no escucha voces parecidas a las suyas. Silencio viviente, palpitante y medido, que no era, por lo pronto, el de lo cercenado y yerto… Cuando cayó el filo diagonal con brusquedad de silbido y el dintel se pintó cabalmente, como verdadero remate de puerta en lo alto de sus jambas, el investido de poderes, cuya mano había accionado el mecanismo, murmuró entre dientes: «Hay que cuidarla del salitre». Y cerró la puerta con una gran funda de tela embreada, echada desde arriba. La brisa olía a tierra –humus, estiércol, espigas, resinas– de aquella isla puesta, siglos antes, bajo el amparo de una Señora de Guadalupe que en Cáceres de Extremadura y Tepeyac de América erguía la figura sobre un arco de luna alzado por un Arcángel.

Historias de Cronopios y de Famas

(Fragmento)

 de Julio Cortázar

«Viajes»

Cuando los famas salen de viaje, sus costumbres al pernoctar en una ciudad son las siguientes: Un fama va al hotel y averigua cautelosamente los precios, la calidad de las sábanas y el color de las alfombras. El segundo se traslada a la comisaría y labra un acta declarando los muebles e inmuebles de los tres, así como el inventario del contenido de sus valijas. El tercer fama va al hospital y copia las listas de los médicos de guardia y sus especialidades.

Terminadas estas diligencias, los viajeros se reúnen en la plaza mayor de la ciudad, se comunican sus observaciones, y entran en el café a beber un aperitivo. Pero antes se toman de las manos y danzan en ronda. Esta danza recibe el nombre de «Alegría de los famas».

Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormirse dicen unos a otros: «La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad ». Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los cronopios.

Las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los hombres, y son como las estatuas que hay que ir a ver porque ellas no se molestan.

La Muerte de Artemio Cruz

(Fragmento)

de Carlos Fuentes

–Ya habrá tiempo.

–No, no lo habrá. Una revolución empieza a hacerse desde los campos de batalla, pero una vez que se corrompe, aunque siga ganando batallas militares ya está perdida. Todos hemos sido responsables. Nos hemos dejado dividir y dirigir por los concupiscentes, los ambiciosos, los mediocres. Los que quieren una revolución de verdad, radical, intransigente, son por desgracia hombres ignorantes y sangrientos. Y los letrados sólo quieren una revolución a medias, compatible con lo único que les interesa: medrar, vivir bien, sustituir a la élite de don Porfirio. Ahí está el drama de México.

Un sueño realizado

(Fragmento)

de Juan Carlos Onetti

Blanes venía a mi despacho a repetirme siempre lo mismo.

–Usted  se ha sacrificado siempre por el arte.

Pero ahora en la biblioteca de este asilo para gente de teatro arruinada no hago otra cosa que darle vueltas al recuadro del sueño que llevé a escena.

Lo había citado en el hotel para que se hiciera cargo de un personaje. La obra  se llamaba , me parece, Sueño realizado. En el reparto de la locura aquella había un galán y este galán sólo podía hacerlo Blanes porque, cuando la mujer vino a verme , no quedábamos allí más que él y yo.

El inocente

(Fragmento)

de José María Merino

El profesor Sierra acostumbraba a mostrarse bastante cercano a sus alumnos. No le costaba sonreír, ni hacer bromas, y raras veces se enfadaba. Sin embargo, aquella mañana había entrado en clase con talante serio.

Habló por fin para decirnos que aquel día la clase iba a ser distinta, que no íbamos a tratar ningún tema del programa, que nos iba a contar una historia.

Victorio Ferri

(Fragmento)

de Sergio Pitol

Sé que me llamo Victorio. Sé que creen que estoy loco (versión cuya insensatez a veces me enfurece, otras tan sólo me divierte). Sé que soy diferente a los demás, pero también mi padre, mi hermana, mi primo José y hasta Jesusa, son distintos, y a nadie se le ocurre pensar que están locos; cosas peores se dicen de ellos. Sé que en nada nos parecemos al resto de la gente y que tampoco entre nosotros existe la menor semejanza. He oído comentar que mi padre es el demonio y aunque hasta ahora jamás haya llegado a descubrirle un signo externo que lo identifique como tal, mi convicción de que es quien es se ha vuelto indestructible. No obstante que en ocasiones me enorgullece, en general ni me place ni me amedrenta el hecho de formar parte de la progenie del maligno.

Los Jefes

(Fragmento)

de Mario Vargas Llosa

El patio estaba sacudido por los gritos. Los de cuarto y tercero habían salido antes, formaban un gran círculo que se mecía bajo el polvo. Casí  con nosotros, entraron los de primero y segundo; traían nuevas frases agresivas, más odio. El círculo creció. La indignación era unánime en la Media.

(La Primaria tenía un patio pequeño, de mosaicos azules, en el ala opuesta del colegio.)

-Quiere fregarnos, el serrano.

-Sí. Maldito sea.

Nadie hablaba de los exámenes finales. El fulgor de las pupilas, las vociferaciones, el escándalo indicaban que había llegado el momento de enfrentar al director. De pronto, dejé de hacer esfuerzos por contenerme y comencé a recorrer febrilmente los grupos: «¿nos fríega y nos callamos?». «Hay que hacer algo». «Hay que hacerle algo».

 Una mano férrea me extrajo del centro del círculo.

-Tú no -dijo Javier-. No te metas. Te expulsan. Ya lo sabes.

Los Funerales de la Mamá Grande

(Fragmento)

de Gabriel García Márquez

«La Siesta del Martes»

–De manera que se llamaba Carlos Centeno –murmuró el padre cuando acabó de escribir.

–Centeno Ayala –dijo la mujer–. Era el único varón.

El sacerdote volvió al armario. Colgadas de un clavo en el interior de la puerta había dos llaves grandes y oxidadas, como la niña imaginaba y como imaginaba la madre cuando era niña y como debió imaginar el propio sacerdote alguna vez que eran las llaves de San Pedro. Las descolgó, las puso en el cuaderno abierto sobre la baranda y mostró con el índice un lugar en la página escrita, mirando a la mujer.

–Firme aquí.

La mujer garabateó su nombre, sosteniendo la cartera bajo la axila. La niña recogió las flores, se dirigió a la baranda arrastrando los zapatos y observó atentamente a su madre.

El párroco suspiró.

–¿Nunca trató de hacerlo entrar por el buen camino?

La mujer contestó cuando acabó de firmar: –Era un hombre muy bueno.

El sacerdote miró alternativamente a la mujer y a la niña y comprobó con una especie de piadoso estupor que no estaban a punto de llorar. La mujer continuó inalterable:

–Yo le decía que nunca robara nada que le hiciera falta a alguien para comer, y él me hacía caso. En cambio, antes, cuando boxeaba, pasaba hasta tres días en la cama postrado por los golpes.

–Se tuvo que sacar todos los dientes –intervino la niña.

–Así es –confirmó la mujer–.

Cada bocado que me comí en ese tiempo me sabía a los porrazos que le daban a mi hijo los sábados por  la noche.

–La voluntad de Dios es inescrutable –dijo el padre.

Una visita a Gilberto

(Fragmento)

de Vicente Leñero

Guiados por Juan Rivero Legarreta, abogado del despacho de Adolfo Aguilar y Quevedo, el periodista Óscar Hinojosa y el autor de este libro visitamos el Reclusorio Oriente a media mañana del jueves 7 de junio de 1984. Aunque ya para esas fechas era el despacho de Enrique Fuentes León el encargado de la defensa de Gilberto Flores Alavez, los abogados de Aguilar y Quevedo seguían considerando el caso como algo propio. Al menos así lo sentía Juan Rivero luego de cinco años y medio de estar consagrado al estudio del asunto y vivir convencido de la inocencia de Gilberto:

—Sí, definitivamente lo creo inocente —decía Rivero mientras a bordo de su Volkswagen blanco viajábamos por los rumbos de Iztapalapa, ya para llegar al Reclusorio Oriente.

 

El grillo maestro

de Augusto Monterroso

Allá en tiempos muy remotos, un día de los más calurosos del invierno, el Director de la Escuela entró sorpresivamente al aula en que el Grillo daba a los Grillitos su clase sobre el arte de cantar, precisamente en el momento de la exposición en que les explicaba que la voz del Grillo era la mejor y la más bella entre todas las voces, pues se producía mediante el adecuado frotamiento de las alas contra los costados, en tanto que los pájaros cantaban tan mal porque se empeñaban en hacerlo con la garganta, evidentemente el órgano del cuerpo humano menos indicado para emitir sonidos dulces y armoniosos.

Al escuchar aquello, el Director, que era un Grillo muy viejo y muy sabio, asintió varias veces con la cabeza y se retiró, satisfecho de que en la Escuela todo siguiera como en sus tiempos.

Tu rostro mañana

(Fragmento)

de Javier Marías

¿Puede saberse cómo es la gente y cómo evolucionará en el futuro? ¿Hasta qué punto podemos fiarnos de nuestros amigos? ¿Cuáles son sus tentaciones y debilidades, o su grado de lealtad y su fortaleza? ¿Cómo saber si fingen o si son sinceros, si interesados o desinteresados en la manifestación de su afecto, si su entusiasmo es verdadero o sólo adulación, calculada lisonja para ganarse nuestro aprecio y nuestra confianza, o para hacérsenos imprescindibles y así persuadirnos de cualquier empresa e influir en nuestras decisiones? Y aún es más: ¿podemos prever qué amigos van a darnos la espalda un día y convertirse en nuestros enemigos? Quiero decir: ¿Imaginar esa posibilidad cuando son todavía los mejores amigos y por ellos pondríamos la mano en el fuego y nos dejaríamos cortar el cuello?

2666

(Fragmento)

de Roberto Bolaño

A veces veía sombras detrás de las cortinas, a veces alguien, una mujer de edad, un hombre con corbata, un adolescente de cara alargada, abría una ventana y contemplaba el plano de Barcelona al atardecer. Una noche descubrí que no era la única en estar allí, espiando o aguardando la aparición del poeta. Un joven de unos dieciocho años, tal vez menos, hacía guardia en silencio en la acera de enfrente. Él no se había percatado de mí porque evidentemente se trataba de un joven soñador e incauto. Se sentaba en la terraza de un bar y siempre pedía una Coca-Cola en lata que se iba bebiendo a tragos espaciados mientras escribía en un cuaderno escolar o leía unos libros que reconocí de inmediato. Una noche, antes de que él dejara la terraza y se marchara apresuradamente, me acerqué y me senté a su lado.

Le dije que sabía lo que estaba haciendo. ¿Quién eres tú?, me preguntó aterrorizado. Le sonreí y le dije que yo era alguien como él. Me miró como se mira a una loca. No te equivoques conmigo, le dije, no estoy loca, soy una mujer con un perfecto dominio mental. Se rió. Si no estás loca lo pareces, dijo. Luego hizo el gesto de pedir la cuenta y ya se disponía a levantarse cuando le confesé que yo también estaba buscando al poeta. Se volvió a sentar de inmediato, como si le hubiera puesto una pistola en la sien. Pedí una infusión de manzanilla y le conté mi historia. Él me dijo que también escribía poesía y que quería que el poeta leyera algunos de sus poemas. 

Mira si yo te querré

(Fragmento)

de Luis Leante

Le parecía tener el rostro de Montse a escasos centímetros del suyo. Mira si yo te querré. «¿Cómo has dicho?», le había preguntado ella con los ojos clavados en los suyos. «Mira si yo te querré», respondió él. Y ella le había rozado los labios en una caricia que jamás volvió a sentir. Y él había repetido: «Mira si yo te querré». Pero aquel demonio de sargento les gritaba ahora al pie del camión, sacudía los brazos como un endiablado molino, les metía prisa y no dejaba de escupir insultos a los nuevos legionarios. Enseguida Santiago San Román se sintió herido en su amor propio, se encaramó al camión y saltó dentro; buscó su petate y se sentó en el fondo, sobre la rueda de repuesto. Una mirada a su alrededor desterró de su cabeza por el momento la imagen de Montse.

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Acerca de humbertocueva

Humberto Cueva García se tituló en la Escuela Normal “Miguel F. Martínez” de Monterrey, NL. Profesor de escuelas primarias y secundarias, tiene grado de maestría en Español por la Escuela de Graduados de la Normal Superior , en la cual ha impartido cursos de didáctica y literatura contemporánea. Asesor técnico-pedagógico de la aplicación y seguimiento del Programa de Español en escuelas secundarias de Nuevo León . Desde 1992 es autor de libros de texto de Español para primaria y secundaria editados por la Editorial Trillas. Conductor de talleres de actualización docente a nivel nacional y regional invitado por la SEP de 2006 a la fecha.
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2 respuestas a Lecturas recomendadas para toda ocasión

  1. Muy buenas lecturas, felicidades, espero darme tiempo para abordar algunas estas vacaciones.

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